Autor, Alejandro Borensztein

No sería raro pensar que el Universo nos otorgó la gloria en el fútbol como una manera de compensarnos tanta desgracia en la política.

Arrancamos con los crímenes de Firmenich y López Rega en el medio de aquella locura que el peronismo denominaba “Isabel conducción”, y que duró el tiempo justo y necesario como para provocar la peor oscuridad de nuestra historia: el Proceso Militar, el terror y finalmente la aventura en Malvinas, cuyo trágico final habilitó una breve oportunidad de ilusionarnos y rápidamente desilusionarnos con Alfonsín, para después atravesar una payasesca década peronista llamada “menemismo” hasta que llegó la Alianza, el corralito, los cinco presidentes en una semana, la crisis que piloteó Duhalde con Remes y Lavagna, y que desembocó en el más ignorante y autoritario despilfarro del que se tenga memoria: “la década ganada” con la actuación estelar de los Kirchner y su simpática banda de malhechores que terminaron habilitando un blooper político conocido como “Macri presidente” cuyo fracaso le abrió la puerta al actual cachivache institucional, económico y social, ideado y liderado por Cristina, con la invalorable colaboración de Alberto y Massa. Un solo párrafo como este, sin punto y aparte ni punto seguido, alcanza y sobra para sintetizar la vida política de mi generación. Sin duda, una vida de mierda. Debe ser por eso que Dios nos compensó con la gloria eterna en el fútbol.

De otro modo no se explica que, en el mismo período de tiempo, la misma generación destrozada por esta sucesión de audaces impresentables, pudo disfrutar de Kempes y Passarella bajo la dirección de Menotti, luego del Diego con Bilardo y, desde hace unos años, Messi. Todo Messi. Pocos países del mundo, tal vez ninguno, le han obsequiado a una sola generación tantas proezas futbolísticas juntas. Cualquier argentino que tenga 50 años o más, pudo gritar desde el gol de Luque contra Hungría en el primer partido del Mundial 78 ganado en Argentina, pescando el rebote que dio el arquero húngaro tras el tiro libre pateado por Kempes, hasta el último gol de Julián Álvarez después de la jugada de Messi en la semifinal del martes contra Croacia.

Una generación devastada, empobrecida y estafada como la nuestra tuvo, sin embargo, la milagrosa fortuna de ver a nuestra selección disputando cinco finales del mundo (1978, 1986, 1990, 2014 y 2022). Descarto la de 1930, del primer mundial en Uruguay, porque argentinos que hayan sufrido aquel partido y que estén vivos para poder ver el de hoy, deben quedar poquitos. Podríamos imaginar que, en la lógica del Universo, alguna fuerza natural decidió que tanta desgracia política merecía ser compensada. Eso explicaría que, de los cinco mejores jugadores de todos los tiempos (según opinión unánime fueron Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi), tres sean argentinos.

O tal vez haya que ver el tema de modo inverso: alguien cometió un error en el reparto de las glorias futbolísticas y la única manera de remediarlo era mandándonos a los peores dirigentes políticos del Cosmos para que nos arruinen. Y vaya si lo lograron. Solo una manga de inútiles de proporciones interplanetarias podía conseguir que, en pleno siglo XXI y con toda la riqueza y conocimiento del que dispone la Argentina, el país esté al borde del colapso económico por el simple hecho de que no llueve. Uno podría imaginar que San Pedro le reclamó a Dios por la catarata de tragedias que cayeron sobre nosotros en los años 70 y que el Barba, pensando en que se le había ido la mano, en octubre de 1976 hizo debutar a un chico en el segundo tiempo de un partido entre Argentinos Juniors y Talleres de Córdoba. Era Diego Armando Maradona.

Convencido de que el pibe aún no estaba a punto caramelo y nuestras desgracias merecían una compensación más rápida, San Pedro le habrá reclamado al Supremo que nos tire un anticipo. Y Dios nos regaló a Menotti organizando la primera selección seria de nuestra historia con Kempes, Passarella, Ardiles, Fillol y compañía. “Guarda con el puntero izquierdo de ellos” alcanzó a gritar San Pedro y Dios hizo que el tiro del holandés Rensenbrink, en el minuto 90 de la final y con el resultado 1 a 1, pegara en el palo y saliera. Después vino el alargue, el segundo de Kempes, el tercero de Bertoni y finalmente el primer título mundial.

Sin embargo, un pueblo y una generación con tanto dolor requería de algo superior. Celestial. Eso explica el mundial de México 86, los dos goles de Maradona a Inglaterra, los dos a Bélgica y el tercero de Burruchaga en el final de la final cuando parecía que los alemanes lo daban vuelta.

“Dejate de joder, les mandaste dos hiperinflaciones en 1989 y en 1990, hacé algo más” , le dijo San Pedro y Dios nos regaló el partido imposible en el Mundial de Italia 90 cuando eliminamos a Brasil. Esa tarde merecimos perder 4 a 0 y terminamos ganando 1 a 0 con el golazo de Caniggia. “Los llevo de la mano hasta la final y ahí que se arreglen” , dijo el Barba y San Pedro lo miró con cierto fastidio sabiendo que el Cani se quedaba afuera del partido por doble amarilla y que el Diego estaba con el tobillo destrozado. Aún así aguantaron hasta el dudoso penal del minuto 85. Después la Copa en las manos de Lothar Matthäus y las lágrimas en las mejillas de Maradona.

Así siguió el cuento hasta que llegó la crisis incendiaria de 2001 y la semana de los cinco presidentes. En plena remada de Duhalde, una tarde de 2003, Dios se acercó a la oficina de San Pedro y le dijo “Peter, no te me enojes pero me parece que metí la pata otra vez, les mandé a los Kirchner. Son dos troncos y encima tienen un pibe que se autopercibe heredero». San Pedro lo miró como para matarlo. «No te la puedo creer, con todo los desastres que les mandamos, encima también esto. Decime que para arreglar este lío lo vas a hacer presidente a Macri y me voy ya mismo a laburar con Satanás”. Apesadumbrado por los errores y para compensar tanto desatino, en 2004 Dios hizo debutar a otro chico mágico: Lionel Messi.

En cuanto se enteró de la movida, San Pedro se lo quiso comer crudo: “Era para la Argentina y lo mandaste a España, te volviste loco?” . El Señor lo miró desconcertado: “Es que hoy tuve un día fatal, ya te lo arreglo”. Y solo porque Dios es grande, se logró el milagro de que Messi se criara en Barcelona pero jugara para la Argentina. El resto de la historia es conocida. Fueron héroes en Brasil 2014 y hoy volverán a serlo, cualquiera sea el resultado.

Entre seguir amargados por la realidad cotidiana o disfrutar de la alegría que nos regalan Messi y sus muchachos, obviamente hoy se trata de disfrutar esto que el Universo nos ofrece como resarcimiento, sabiendo que en cualquier caso la gloria futbolística seguirá intacta. Como lo estuvo en 1990 o en 2014 cuando Alemania nos ganó las dos finales.

Ahora que sabemos que cada escalón ascendente de esta epopeya equivale a cada escalón descendente de nuestra dirigencia, podemos acomodar los hechos como nos convenga. Estarán los que verán en un centro descolgado por el Dibu una respuesta cósmica a las barbaridades que suelen decir Gabriela Cerruti o el Cuervo Larroque (eso va en gusto), y no faltarán los que encuentren en cada genialidad de Messi una necesidad del Señor de compensar algunas declaraciones de Macri o los desvaríos de Cristina.

Más allá de esto, la gloria futbolística nos pertenece a todos. Aunque el kirchnerismo, como siempre, se la quiera apropiar. Ojalá hoy la fiesta sea completa. En cualquier caso, la leyenda continúa.

Publicado el 17 de diciembre de 2022 en el diario Clarín de Argentina

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